Depresión y ansiedad.Parte 2. COVID, pérdida de empleo, y el fallecimiento de mi Padre

El año 2020 será difícil de olvidar para mí, debido a dos aspectos principales. En primer lugar, la llegada del COVID-19, nuestro compañero inesperado durante todo el año. Y en segundo lugar, la publicación de mi libro "Anormal".
Comenzaré por cómo viví la situación del COVID-19, y cómo esto tuvo un impacto en mí y desencadenó una serie de eventos. En enero de 2020, invité a mi madre a Los Ángeles, afortunadamente tuve la oportunidad de verla y de que pudiera viajar a Estados Unidos para visitarme antes de que el COVID-19 desatara tantos problemas, incluyendo las restricciones internas en cada país y el cierre de fronteras. Esto complicó un poco más mi estancia en Estados Unidos, ya que, como algunas personas saben, no puedo viajar a México debido a que me encuentro bajo el régimen de asilo en Estados Unidos.
Para marzo, la situación se convirtió en una pandemia. Los lugares donde trabajaba comenzaron a reducir las horas de los empleados. En el restaurante donde llevaba más tiempo, las horas de trabajo se volvieron inexistentes, y estuve sin empleo durante dos meses, sin una fecha clara de regreso. En el restaurante donde trabajaba medio tiempo en ese momento, decidieron despedir a todos los empleados de forma definitiva, ya que sería insostenible mantenerlos.
Esos dos meses no fueron fáciles desde el punto de vista económico. El pago del alquiler, los servicios básicos y la alimentación debían ser cubiertos. Además, apoyaba financieramente a mi madre en México, lo cual se convirtió en una salida constante de los ahorros que había acumulado en algún momento. Sumado a esto, vivir en San Francisco, California, no facilitaba las cosas, ya que es una de las ciudades más caras de Estados Unidos. Parecía que todo sucedería dentro de ese periodo de tiempo. Aproximadamente a los 15 días de que todo comenzó, empecé a experimentar dolores de espalda extremadamente intensos, dolores que prácticamente me impedían levantarme de la cama. Probablemente, como se suele decir, mi cuerpo se relajó y todo el cansancio y dolor acumulados salieron de repente como un torbellino. Las citas médicas estaban restringidas, por lo que recibí atención a través de consultas telefónicas. Me recetaron medicamentos muy fuertes, pero ni siquiera estos lograban aliviar el dolor.
El tiempo pasó, el confinamiento, el dolor de espalda y la incertidumbre sobre lo que sucedería en general, provocaron en mí ansiedad que se acompañó de depresión. Además de los medicamentos para el dolor de espalda, también me recetaron pastillas para la depresión y la ansiedad, que al principio me afectaban mucho, causando somnolencia y pesadez. La dosis no disminuía, al contrario, se incrementaba, y mi salud emocional solo empeoraba cada día.
Poco a poco fui aprendiendo a manejar el dolor, tristemente me fui acostumbrando a él, pero la ansiedad y la depresión parecían profundizarse cada día más.
Me fueron asignando gradualmente más horas de trabajo, y hacía lo que podía, a veces con mucho dolor, a veces tomando pastillas para no sentir el dolor, otras veces solo con molestias. Hubo un par de ocasiones en las que, al regresar del trabajo, me desmoronaba llorando por el intenso dolor, un dolor que se extendía desde la espalda hasta la punta de mi dedo gordo del pie izquierdo. Sin previo aviso, mi libro fue publicado en junio de 2020. Consideré que no era el momento más adecuado, ya que estábamos en medio de una pandemia y mis posibilidades de promocionarlo en persona eran nulas. Además, mis ahorros destinados a la promoción se estaban agotando.

No puedo expresar lo increíble que fue tener mi libro en mis manos, leerlo, olerlo y poder compartir la noticia de que finalmente se había hecho realidad. Había logrado publicar mi primer libro.
Eso sin duda brindó un poco de luz a mis días, aunque esa pequeña alegría no pudo superar todo lo que ya venía cargando literalmente en mi espalda.
Nos fuimos acostumbrando a vivir con el COVID-19 y poco a poco las restricciones fueron disminuyendo. Sin embargo, nada volvió a ser igual. Personalmente, mi cuerpo estaba frágil, mi mente enferma, mis finanzas agotadas y mi relación de pareja sin futuro, sin comprensión y sin apoyo mutuo.
Cansada de trabajar en un puesto que nunca imaginé tener, me preparé para tener un futuro prometedor o al menos cómodo.
Un día, gracias a la recomendación de unos amigos, solicité una cita en una asociación que ayudaba a personas de la comunidad LGBTIQ+ a solicitar asilo. Aunque los abogados habían opinado que sería difícil quedarme en el país de forma legal, decidí no perder nada y asistí a la cita con las pocas esperanzas que me quedaban. En esa cita, no me garantizaron el apoyo, solo fue una entrevista para evaluar si tenía o no oportunidad de ser respaldada.
Después de un mes o mes y medio, recibí una carta en la que me informaban que mi caso había sido aceptado. No podía creerlo, definitivamente una puerta se estaba abriendo. Aunque no me dieron un tiempo exacto para obtener mi permiso de trabajo, el tema del COVID-19 retrasó todo. Sin embargo, para octubre de 2021, ya tenía mi permiso de trabajo. Esto me hizo extremadamente feliz, aunque tenía miedo de encontrar un empleo que me gustara. Para esa fecha, mi padre también enfermó gravemente, parecía que la poca felicidad se apagaba rápidamente con otras preocupaciones.
En febrero de 2022, recibí una de las mejores noticias, una excelente noticia: fui contratado por una de las mejores empresas de Estados Unidos como Analista de Negocios en CISCO Systems. Inmediatamente, renuncié a mi trabajo anterior y el 14 de febrero de 2022 comencé una nueva etapa laboral. Fue emocionante para mí poder trabajar desde casa, pero no todo fue agradable debido a que mi ex pareja y yo teníamos hábitos muy diferentes, los cuales había adoptado por circunstancias pero que nunca disfruté. Trabajar los fines de semana, despertarme más tarde de las 7 am y acostarme más tarde de las 11 pm durante la semana, eran cosas que poco a poco fui dejando.
Yo venía de una vida increíble, trabajando de lunes a viernes de 7 am a 5 pm, teniendo vida social tanto entre semana como los fines de semana, haciendo ejercicio al menos 4 veces por semana y jugando fútbol en mi equipo una vez por semana. Extrañaba todo eso, esa vida relativamente saludable que solía tener.
En fin, vivir en un espacio tan pequeño donde todo resultaba incómodo. Despertar temprano porque mi pareja se levantaba 2 o 3 horas más tarde, tener que acostarme tarde porque ella llegaba del trabajo entre las 10 pm y las 11:30 pm. Teníamos horarios totalmente desiguales, los fines de semana eran de descanso para mí, pero de trabajo para ella, mientras que ella descansaba durante la semana y yo me levantaba a las 7 am sin dejarla descansar como quisiera.
Yo trabajando desde casa y ella presente todo el tiempo, resultaba incómodo para ambas, especialmente porque ella solía pasar horas en llamadas telefónicas y trabajar en un ambiente ruidoso y lleno de risas era complicado. Por otro lado, ella no tenía la libertad de estar sola en ningún momento, lo cual también era difícil. Siguiendo con la cronología, el 14 de febrero comencé a trabajar. Era la más nerviosa pero también la más feliz, ya que había esperado esa oportunidad durante mucho tiempo. Sin embargo, una semana y media después de ser contratada, mi padre, quien estaba sometido a diálisis y sin mostrar mejoría, sufrió un derrame cerebral. Me encontraba en pleno entrenamiento, y mis horas se volvieron extremadamente difíciles. Tenía un gran deseo de aprender, pero a veces apagaba mi cámara y simplemente lloraba inconsolablemente al ver el estado en el que se encontraba mi padre.
El 16 de marzo de 2022, desafortunadamente, mi padre falleció. No sabía qué hacer, no sabía de dónde encontrar fuerzas, y con mi pareja eso no era posible. Lo intentábamos, pero no podíamos. Tuve que vivir todo a través de un teléfono celular, despedirme de él mediante una carta y varias llamadas, y ver su funeral a través de una videollamada.
Estaba destrozada. La persona que más me había amado se había ido y yo no pude sostener su mano ni siquiera verlo para decirle que lo amaba. Nunca lo volvería a ver, todas las posibilidades de abrazarlo de nuevo al regresar a México habían terminado. Pasé por los peores días que alguien puede vivir, sin ánimo por nada, llorando de frustración y desesperación, y experimentando niveles de ansiedad que nunca antes había sentido.
En ese momento, mi vida parecía carecer de sentido.

Después de meses, mi ex pareja se mudó de donde vivíamos, y aunque la relación continuaba, cada vez se desgastaba más y más.
El 11 de agosto, uno de mis sueños que parecía casi imposible se hizo realidad. Mi amada Elo, mi perrita, fue trasladada a San Diego, California, por mi mamá y una amiga. Siempre había tenido dificultades para traerla debido a mi lugar de residencia y a los obstáculos que surgían en el proceso. Ella tenía 14 años cuando llegó aquí, y pasé 5 años sin verla, años en los que no dejé de pensar en ella y sentir tristeza.
En mi mente, no había opción de no acompañarla en su vejez, ya fueran días, meses o años, especialmente después de todo lo que había vivido con mi padre.
Tristemente, a los 4 días de su llegada, Elo arrojó una bola de su vagina que estaba adherida a ella. Al día siguiente, la llevé al hospital donde se la retiraron y la enviaron para su análisis. Días después, recibí la noticia de que tenía cáncer. Fue muy triste y sorprendente para mí, pero decidí mantener la calma y buscar tratamientos para ella.

Durante meses, mi perrita comenzó a responder favorablemente. Volvió a correr, a diferencia de cuando llegó y apenas podía caminar. Modifiqué su alimentación, fui constante con sus medicamentos y la sacaba a pasear dos veces al día. Todo iba muy bien.
En abril de este año, todo terminó entre mi ex pareja y yo. Pasé por días muy difíciles y, a pesar de mis esfuerzos, la tristeza era evidente. La ansiedad que estaba experimentando estaba llegando a su límite. Curiosamente, mi perrita parecía reflejar todas esas emociones que yo había sentido durante tanto tiempo.
Llevo años asistiendo a terapia, y coincidentemente en ese mismo abril, conocí a una persona que, sin duda, con sus enseñanzas y apoyo, me ha hecho ver de cerca mi propio ser y adentrarme en mis heridas. En abril de 2023, asistí a su primer taller llamado "Ruptura y relaciones", que comenzó exactamente el 17 de abril, siete días antes de mi cumpleaños.
A principios de junio, tuve que despedir a mi amada perrita con todo el dolor de mi alma. Incluso ahora, mientras escribo esto, lloro. Lloro de tristeza y de anhelo de tenerla todavía conmigo. Ella era la razón de mis escasas alegrías, mi luz, mi pequeña, mi gordita, mi hogar.
Me sumergí nuevamente en el duelo, en una depresión más profunda. Estaba sola en este proceso, tomando valeriana cada vez que la necesitaba para evitar ataques de pánico, saliendo de casa con el miedo de regresar y no encontrarla en su camita, dejando la luz encendida para no tener que encenderla y no verla. Mi corazón dolía tanto y todavía duele por su partida. En ese momento, toqué fondo, el momento más triste de toda mi vida.
He atravesado mi duelo en soledad, y no saben lo difícil que ha sido para mí el no tenerlo a mi lado.
La historia seguirá... No puedo decirles que estoy completamente recuperada, pero sí puedo decirles que estoy mucho mejor y les contaré cómo lo he logrado.
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